18/12/09

Bellamy



El film abre y cierra con una muerte. En el primer caso, se trata de un vagabundo que encuentra ese destino cuando va a cumplir su deseo de visitar la tumba de su cantante favorito. En el segundo, el hermano menor de un inspector de policía retirado, que cumple el deseo inconciente que su hermano tiene sobre su destino.
Estamos en el universo de Claude Chabrol, Bellamy es su última asteroide, y demuestra que el fundador de la Nouvelle Vague -El bello Sergio se estrenó en 1958, antes que Sin aliento y Los cuatrocientos golpes- sigue tonificado, destilando vitriolo sobre la condición humana como sólo él puede hacerlo, lejano a las ñonerías formales de Godard y la sentimentalina de Truffaut. El director de La ceremonia (1995) -donde una empleada doméstica analfabeta y una empleada de correos de dudoso pasado liquidan a una familia burguesa desconocedora de los límites que impone el trato a un inferior en la escala social- nos ofrece en Bellamy -su film más elaborado y complejo en lo que va de la década- la mirada sobre el mundo de un inspector de policía jubilado (Gerard Depardieu, un placard de roble con desplazamiento autónomo) que acepta por curiosidad un caso porque siente simpatía por los criminales y le gusta estudiar cómo funcionan. Quizás sea una forma de autoconocimiento para este hombre al que le gusta llenar crucigramas con la ayuda de su mujer (Marie Brunel) -una mujer de la que depende, a la que ama y de la que desconfía, sobre todo cuando su hermano (Jacques Lebas) anda cerca, con el torso desnudo, exudando una sexualidad animal que los kilos y los años del inspector hace mucho obliteran.
Una de las referencias fundamentales en la obra de Chabrol es Alfred Hitchcock. Nunca la cita es directa. Pocas cosas en los mejores films de Chabrol son directas, obligando al espectador a hacer un cierto trabajo de interpretación. Aquí se trata de un rasgo temático que aparece esparcido a lo largo de la obra de Hitchcock, el juego de las apariencias. ¿Quién iba a imaginar que el tímido Norman Bates de Psicosis, dominado por su madre y su temor a las mujeres, podía transformarse en la mujer que lo victimizó una y otra vez para descargar su furia asesina? ¿Quién podía suponer que el encantador tío de La sombra de una duda, endiosado por su sobrina, era un asesino serial de damas maduras? ¿Quién podía suponer que el romántico viudo protagonista de Rebeca, una mujer inolvidable, podía ser quien de una u otra manera la llevó a la tumba?
Aquí un mismo actor (Jacques Gamblin) representa a tres personajes. Es aquél vagabundo, el empleado de la compañía de seguros que estafó a la empresa para huir con su ubicua amante y contrató al vagabundo para que lo represente, aprovechándose de las pulsiones autodestructivas del pobre hombre y con la excusa de cumplirle el sueño de la visita a la tumba de George Brassens, y es el hombre que se esconde en un motel y recurre a Bellamy para que deslinde responsabilidades: él no debe ser cargado con la muerte del vagabundo ante la sociedad.
Y podemos afirmar que la atracción que el inspector siente por este caso estriba en una identificación inconsciente con el perseguido -víctima y victimario a la vez-, quien además le suministrará el modelo para quitarse a ese espantoso e intrusivo hermano menor de encima. Bellamy ya había querido matarlo cuando eran chicos -sofocándolo con una almohada. Ahora, en el ocaso de la vida, debe demostrarle que hay límites que no deben ser traspasados. Ya lo había mandado a la cárcel y eso no pareció suficiente. Es cierto, el inspector no se ensuciará las manos, pero dejará a mano su arma y su auto (el ataúd donde el joven descarriado encuentra la muerte) para que las pulsiones autodestructivas hagan el resto. ¿Cómo sobrevivirá Bellamy a esto, se escudriñará las manos manchadas de sangre imaginaria como Macbeth o seguirá disfrutando de la apoltronada existencia que la fortuna de su mujer le brinda, haciendo crucigramas, como su contratante disfruta con su amante del dinero robado de la compañía de seguros tras haber sido exonerado por la justicia de sus culpas por la muerte del vagabundo mediante una puesta en escena diseñada por el inspector donde un joven abogado interpreta una canción de Brassens?
La película es un tratado sobre la búsqueda de la felicidad. Un personaje, Claire "Bonheur" ("felicidad" en francés, interpretado por Adrienne Pauly), una empleada de una pinturería, al principio pasa inadvertido para el inspector, pero a la larga será la clave para desenmadejar el ovillo. Mediante su relato, cobrará relevancia la figura del vagabundo, un ex novio, que abjuró de los beneficios de ser hijo de un juez, para llevar la existencia más despojada y marginal. El estafador que se fuga con su amante podóloga también está tras esa inasible búsqueda, y lo mismo Bellamy, cuyo único escollo para una existencia plácida es su hermano, que no hace más que echarle en cara su suerte, le hace cargos sobre las manipulaciones económicas con la fortuna de su esposa y podría tener un asunto amoroso con ésta (como todo transcurre desde el punto de vista del inspector, no sabemos si es fruto de los celos hacia su hermano o parte de la realidad).
La envidia y los celos pueden ser disparadores de las conductas de los personajes de Chabrol. Bellamy será feliz, resolverá el caso y permitirá la liberación del criminal (que tiene adentro). Dejando a mano algo de dinero para alcohol, un arma o un auto su hermano será suprimido del relato. Y todo nos hace pensar que el ocaso de su vida será plácido, muy plácido.
¿Qué más se puede pedir?, parece decirnos Chabrol, con una sonrisa socarrona.