7/7/10

El conformista

Marcello Clerici es un profesor al que se le encomienda una misión: matar a su maestro, el profesor Quadri, que reside en París. Estamos en el año 1938, Marcello quiere ser un fascista probo y acepta la misión. La pregunta es si alguien con semejante pasión por ser "normal", con el deseo de mezclarse con la masa hasta el punto de desaparecer, puede lograrlo. Marcello tiene más de un muerto en el placar: fue abusado a los 13 años por un sirviente de la familia al que cree haber matado...

El conformista es la película más lograda de Bernardo Bertolucci, el más internacional de los directores italianos. Nacido en Parma en 1940, Bernardo comenzó como poeta, al igual que su padre. Luego se introdujo en el mundo del cine de la mano de Pier Paolo Pasolini, del que fue ayudante de dirección en Accatone y quien le escribiera el guión de su primer film, La cosecha estéril (1962). Ganó premios por Antes de la revolución y Partners, muy influenciadas ambas por el estilo de su admirado Jean Luc Godard. En 1970, adapta para la RAI "El tema del traidor y del héroe", de Jorge Luis Borges (La estrategia de la araña). Ese mismo año se embarca en El conformista, basada en la novela de Alberto Moravia y que le gana el aplauso de la crítica internacional. Dos años después, el escándalo de Último tango en París lo posiciona como uno de los directores más controvertidos, hasta el punto de ser excomulgado por la Iglesia. Siguen Novecento (1974), un fresco muy ambicioso en el que logra que grandes productoras norteamericanas financien una historia sobre los primeros 45 años de la historia de la izquierda italiana con estrellas de la talla de Robert De Niro, Gerard Depardieu y Burt Lancaster. En 1979 ejecuta una de sus películas más bellas, La luna, donde una cantante de ópera en busca de su propia identidad atraviesa varias confusiones, entre ellas una relación incestuosa con su hijo, víctima de las drogas. Después viene La tragedia de un hombre ridículo (1980), donde muestra su desilusión con las ideas de izquierda. Y en 1988 la consagración en Hollywood de la mano de El último emperador (Oscar a la mejor película y al mejor director). En los años 90, sus películas girarán en torno a historias de amor: Refugio para el amor, Belleza robada y Cautivos de un amor. Vuelve a plantear una posición política explícita -esta vez sobre el Mayo francés- con Los soñadores (2003).
En sus primeras dos décadas como realizador, Bertolucci era un director de ideas: mucho psicoanálisis freudiano y marxismo abonaban su enfoque sobre las historias que narraba. Varios de sus protagonistas buscaban matar a un padre simbólico para poder ser ellos mismos. Generalmente, estos hijos no acordaban con las ideas políticas de esos padres.

En El conformista, el deseo de "encajar" lleva a Marcello a aceptar ese complot para asesinar al profesor Quadri. Marcello (Jean-Louis Trintignant) se siente diferente, no sólo por ese trauma de infancia, sino porque su padre verdadero es un loco confinado en un manicomio y su madre una adicta a las drogas. Busca la estabilidad casándose con una chica mediocre (Stefania Sandrelli) de posición económica inferior a la suya. Su amigo Italo, un ciego, lo guía hacia las autoridades del partido, que le asignará la misión y un acompañante, Manganiello (Gastone Moschin), testigo de las vulnerabilidades y titubeos del protagonista.
El film está estructurado en base a flashbacks mientras Marcello y Manganiello se dirigen a cumplir la misión que se les ha asignado, lo que genera abundante suspenso. Ya en el viaje en auto, la espléndida puesta en escena muestra que el de Marcello es un personaje escindido: uno de los limpiaparabrisas está detenido sobre el vidrio del auto, dividiendo en dos su rostro. En el recuerdo de una visita a la casa de su madre, se lo ve a Marcello caminando en medio de planos inclinados, puro recurso expresionista para mostrar su inestabilidad e incomodidad interiores: no sólo se encamina a ver a su madre y su decadencia, también es seguido por un auto (será Manganiello que lo sigue y escudriña). La madre esconderá la droga debajo de la cama. Se sabrá que le es provista por su chofer, que a la vez es su amante, y del que Manganiello se hará cargo poco después. Marcello también será un adicto, a la ilusión fascista que le proveen su mujer y su amigo ciego Italo (la ceguera de un pueblo que se deja conducir como vacas al matadero).

Otro ejemplo de la personalidad escindida del protagonista se da cuando se enamora de Anna (espléndida Dominique Sanda), la dionisíaca esposa de su objetivo. Anna está relacionada con el arte -enseña danzas-, es bisexual -trata de seducir a la esposa de Marcello- y es transparente: es todo lo que Marcello reprime. Llegado el momento de la masacre, la cobardía del protagonista no la salvará del aquelarre. Manganiello, despreciando a Marcello que ni siquiera es capaz de ejecutar o de jugarse por la mujer que ama, mientras orina en un árbol después de la masacre de la que fueron testigos, dice: "Mejor trabajar en la mierda que con un cobarde. Para mí los cobardes, los homosexuales y los judíos son todos la misma cosa. Si fuera por mí los pondría a todos contra el paredón. Es más, los mataría antes de nacer."

En otro flashback, el profesor Quadri le explica a Marcello la alegoría de la caverna platónica. Repentinamente, el hombre abre una ventana y vemos que la sombra que proyectaba Marcello sobre la pared se desvanece. Esa imagen que él creó era una ilusión. Como ser fascista, casarse, ir a la iglesia y hacer que cree en algo. Marcello es un oportunista. Cree haber matado a su abusador pero la noche en que Mussolini cae se lo encuentra tratando de seducir a otro joven, en las galerías del penumbroso Coliseo romano. Lo reconoce y lo acusa de fascista para que las hordas se hagan cargo de él. También señala a Italo (estableciendo un paralelo entre ambos personajes como homosexuales y corruptores: corrupción sexual e ideológica). La oscuridad que siempre ha evitado, la suya propia, surge con la caída del régimen: ya no hay nada que reprimir: quizás acepte la invitación de ese cuerpo masculino y joven que lo mira ronroneante desde una cama. El film termina con el plano de la duda: Marcello mirando al objeto de deseo desde detrás de una reja que todavía lo contiene y atrapa.

No sólo la organización del relato a través del montaje hace de El conformista un film osado. Primera muestra a gran escala de las maravillas de la fotografía de Vittorio Storaro (que después haría Apocalypse now, Reds y El último emperador, entre otros films) que diseña colores para las distintas cárceles en que se mueve el protagonista, como zonas de claridad y oscuridad según se vaya permitiendo ser él mismo, y del diseño de producción de Ferdinando Scarfiotti, que lo coloca en manicomios o dependencias burocráticas diseñadas por los arquitectos del régimen, como en vagones de trenes que parecen pantallas de cine, este film de Bertolucci se constituye en una de las mayores experiencias estéticas que el cine europeo haya otorgado al espectador. Pocas veces se ha dado un maridaje tan perfecto entre ideas y formas como en esta ocasión.