17/1/11

Somewhere, en algún rincón del corazón


Pareciera que Sofia Coppola conoce a fondo lo que es el tedio. Uno puede imaginarla de pequeña esperando un tiempo interminable en los aeropuertos de distintos países del mundo junto a su padre, el afamado director. O esperando que concluya una eterna reunión de adultos, toda gente interesante y famosa, que a ella no le parece ni tan interesante ni tan famosa, para ir a jugar. El tedio es algo que suele aquejar a las mentes imaginativas cuando se encuentran rodeadas de gente poco inclinada a las aventuras de la imaginación. No es que Sofia tenga pretensiones quijotescas -no, de ninguna manera sus películas nos hacen creer eso- pero sí es cierto que cuando se trata de retratar el tedio se mueve como pez en el agua. No es una de mis directoras favoritas, aunque sí debo reconocerle cierta coherencia y consistencia en su carrera.

En el caso de Somewhere se dedica a seguir a Johnny Marco (Stephen Dorff), una estrella de Hollywood, en su vida cotidiana, viviendo en una suite del Chateau Marmont, siendo dirigido telefónicamente por su agente -que le dice qué tareas debe cumplir durante el día-, vagabundeando en su auto, aceptando invitaciones a fiestas, cayéndose por las escaleras, aceptando chicas que se le regalan fácilmente. Baste decir que la primera escena lo muestra conduciendo su auto y dando círculos y círculos en un camino desértico. Poco después, contratará los servicios de dos gemelas que hacen el baile del caño en su habitación, dando círculos y círculos. Confundirá el nombre de una con el de la otra. Tendrá una sesión de maquillaje en la que le insertan una máscara que lo mantiene inmovilizado... por horas, sentado en una silla, sin hablar con nadie. Por suerte Rocco tiene una hija (la encantadora y luminosa Elle Fanning, hermanita de Dakota), que juega, charla, dibuja, muestra sus emociones, posee un sentido de orientación en la vida. Tras la visita de su hija, algo se mueve dentro de Rocco, se libera del yeso que llevaba en una mano tras caerse por una escalera y busca un nuevo destino para sí. Tomará una ruta recta, muy recta, se adentrará en el desierto, se desprenderá del auto negro -que parece una fortaleza en sí mismo- y empezará a andar por el camino solitario como lo haría el Gandhi que veía en un documental televisivo.

El tedio de Rocco no es el de los adolescentes argentinos de Nadar solo (Ezequiel Acuña, 2003), sino un tedio chic y suntuoso, retratado con la mejor fotografía obtenible, el buen gusto para los encuadres y la mejor selección de música cool que uno pueda imaginar estando en los Estados Unidos, en la costa oeste, y siendo heredera de un savor faire europeo. Hay que agradecerle a Sofia que no nos llegue a aburrir como lo hiciera con María Antonieta (2006) y que el final que elige se despegue de las convenciones (Rocco no vuelve para juntarse con su hija). También que el personaje que describe pese a su superficialidad nos haga creer que hay algo más detrás de las apariencias. No soy un fan ni de Las vírgenes suicidas (1999) ni de la sobrevalorada Perdidos en Tokio (2003), pero hay que reconocerle a Sofia cierta audacia y cierto buen gusto.