21/10/11

El árbol de la vida




Jack (Sean Penn) se siente incómodo en su cotidianeidad. Rodeado de torres de cristal, incomunicado con su pareja y poco interesado en las desavenencias de sus compañeros de trabajo, padece de una dolencia espiritual de la que intentará salir invocando a su madre y hermano muertos. El nuevo film de Terrence Malick adopta la forma de un recorrido introspectivo a través de la remembranza que Jack hace de distintos hitos en la historia de su familia, historia que se remonta desde la creación del mundo hasta un lugar inespecífico en el que puede reunirse con sus familiares vivos y muertos y reconciliarse con su yo adolescente.
Una bestia herida
El punto de partida es la muerte del hermano a los 19 años -en algún lugar de la década del 60-, ese hermano invocado, que comparte con la madre el hallarse del lado de la "gracia" (léase alguna forma de vida más relacionada con lo espiritual). Jack, por el contrario, es el mejor producto que su padre (Brad Pitt) ha logrado, un hombre competitivo y exitoso en la estructura capitalista. Jack y su padre se hallan del lado de la "naturaleza" (en su versión más despojadamente darwinista, cuyo lema sería "la supervivencia del más fuerte".)
Una bestia herida

Malick, como es su costumbre, dice las cosas a medias para que nosotros, los espectadores, las completemos. No le interesa una narración anclada en los recursos del realismo (tiranía en la que se debate gran parte del cine y que es también una forma de anestesia para los espectadores que, cuando no la encuentran en un relato, creen que algo funciona mal) sino que propone una forma más cercana a la poesía moderna: sus recursos más evidentes son la repetición y la creación de cadenas de asociaciones que pueden encontrar eco en aquellos más proclives a un relato abierto, que no tema dejar cabos sueltos o no se preocupe por crear más de una confusión. El espectador que delinea Malick para su texto es altamente participativo: establece conexiones, juega con las imágenes y los sonidos, buscando ecos en otras imágenes y otros sonidos, ya sean del mismo texto o en su propia vida. Es un espectador flexible que no teme a la contemplación ni a las interrupciones de la conciencia. Es un espectador en un permanente estado alfa, que en el arte -de eso estamos hablando- prefiere las comidas orientales elaboradas con creatividad a la más sosa y reiterativa fast food. Es un espectador que encuentra mayor solaz en saborear que en sentir el estomago lleno. Es un espectador que no teme habitar una realidad paralela; mi defensa de este film ha producido opiniones de lo más diversas a mí alrededor. Bienvenidas sean, son útiles para conocerme más a mí mismo y para saber en qué coordenadas se mueven los que opinan. He escuchado -a raíz de las reacciones que provoca el film- que hay gente que cree que existe una verdad cuando yo creo que sólo hay aproximaciones a la verdad, que cree en el progreso -a partir de qué, de dónde-, que demanda que le cuenten cosas nuevas y provechosas. Yo no creo que haya cosas nuevas sino que son las mismas singularizadas por la mirada de quien las narra. Siempre se ha dicho que no hay más de cuatrocientos temas, la diferencia estriba en la forma en que los contamos.
Una bestia herida
Una bestia herida
Una bestia herida
Una bestia herida

Y la forma de Malick es muy personal; divide a la crítica, divide a los espectadores. En vez de proponerse un viaje hacia fuera -como lo hacía Kubrick en aquella forma de poesía abstracta que era 2001: odisea del espacio- propone un viaje hacia adentro, a través de monólogos interiores, susurros, palabras sueltas, composiciones musicales, sonidos e imágenes. Y así es como revisitamos -por ejemplo- las distintas etapas del crecimiento de un niño, el deseo que se oculta tras las piernas de una vecina que remiten al deseo prohibido por la madre, el encuentro con el sexo a través del robo de una enagua y la subsiguiente culpabilidad que embarga al ladrón, los juegos entre hermanos que esconden batallas por el cariño de uno u otro padre y el deseo de destrucción del ser amado que tememos nos aleje de aquellos a quienes queremos con exclusividad y deseamos que nos quieran con exclusividad.  Es así como podemos establecer paralelos entre una bestia herida que zozobra en una playa y un chico que ha sufrido las quemaduras de un incendio en parte de su cabeza y un padre que ha jugado a los dados aquello que lo alejaba de su esencia de artista transformándolo en una bestia totalmente vulnerable que zozobra en las orillas de la vida y tiene a la gracia apresada entre sus brazos, como si ello pudiera iluminar su cavernoso interior.
Atrapando la gracia

El montaje, la música, la fotografía, los ángulos, posiciones y movimientos de cámara son las principales herramientas de este artista. Un niño ahogado en una piscina nos evoca a un dinosaurio desfalleciente junto a un arroyo. El corpus de formas calidoscópicas que nos remiten al origen de la vida nos hablan del cine, que no es más que colores y sonidos en movimiento. La mirada deseante hacia una rubia que pasa a nuestro lado en una oficina nos remite al deseo por esa madre que vuela y es maltratada de a ratos por su aterrado esposo.     
Portal
Reconciliación consigo mismo

En este poema que se recorta en el llano desierto que es la cinematografía contemporánea con absoluta audacia, Jack debe atravesar muchas puertas y portales hasta llegar a convivir con todos sus muertos, recordándonos los portones de Dalí en Cuéntame tu vida de Hitchcock o los remembranzas desdobladas de Bergman en Cuando huye el día. Este regalo de Malick nos impulsa a ver cuán poca poesía nos habita en nuestra vida cotidiana y qué poco espacio le damos a la contemplación cuando creemos que lo importante es estar comunicados con avatares de conciencia más que con los otros y con nosotros mismos. En ese sentido, sí, me alegra que se me acuse de habitar en una realidad paralela y defender a El árbol de la vida como una obra de arte. 
Integración