27/12/17

Llámame por tu nombre



“Sólo conecta” era el lema del escritor E. M. Forster, responsable de maravillas tales como “La mansión Howard”, “Pasaje a la India” y “Maurice”, publicado póstumamente a su pedido, porque contaba una historia en la que una relación homosexual terminaba bien. Cierto es que Forster era un inglés nacido en plena época victoriana, de formación académica, que viviera el clima de ensañamiento hacia Oscar Wilde, algo que debe haber influido para que se mantuviera célibe hasta los 38 años. Destacaba en la novela de costumbres y en la fina sátira de su pueblo. No obstante, su lema resuena en el film de Luca Guadagnino, adaptado de una novela de Andre Aciman por el veterano director James Ivory, menoscabado por cierta crítica en los años 80 y 90 que lo consideraba demasiado académico. 


Los de Ivory eran films de época, basados en grandes obras literarias de Henry James, Kazuo Ishiguro, tres de ellas de Forster. Sí, Ivory no era ningún innovador en el terreno estético, pero llevó Maurice a la pantalla con inigualable sutileza, excelente dirección de actores (Hugh Grant, James Wilby y Rupert Graves) y gusto; era 1987 y el SIDA asolaba. 


Si bien después el cine mainstream concibió Filadelfia (1993), donde el siempre bonachón Tom Hanks moría víctima de aquella enfermedad, y Secreto en la montaña (2005), en donde descubrimos que los cowboys también lo hacían –aunque culposamente-, es en Llámame por tu nombre donde –por fin- los protagonistas no tienen otro obstáculo para desarrollar su relación que ellos mismos; y logran sortearlo con el beneplácito de la platea. 


Ese obstáculo no es más que la falta de conexión, quizás por la homofobia internalizada y la falta de experiencia del más joven, quizás por el miedo a parecer abusivo del mayor. Pero una vez vencido, el film trabajará la empatía del espectador como para que crea que la homosexualidad es tan natural como los abundantes frutos que depara la naturaleza, por más que aquí un durazno cumpla otras funciones más hedonistas que la de ser comido. 


Ambientado en Crema, al norte de Italia, en el verano de 1983, el film de Guadagnino narra la historia del primer amor de Elio, el hijo de 17 años de un profesor norteamericano especializado en cultura greco latina, que aunque flirtea con las chicas del pueblo se ve poderosamente atraído por el asistente de su padre, un joven académico estadounidense de visita, Oliver. 


Guadagnino es un sensualista, como ya lo demostrara en Soy el amor (2009) y A Bigger Splash (2015), ambas en torno a su musa, la inconmensurable Tilda Swinton. No posee la densidad de su admirado Bernardo Bertolucci en su primera etapa –Freud y Marx no son de la partida aquí-, aunque sí hay mucho de la levedad espumosa y cosmopolita de Belleza robada (1996) y Cautivos del amor (1999). Explota al máximo todo tipo de paisaje: el que rodea la finca en la que se aloja la familia de Elio, los cuerpos de Armie Hammer y Timothée Chalamet; nos hace percibir el aroma de sus sudores, el de la tierra tras la lluvia, la frescura de la fuente en que chapotean, la corteza de una fruta.


Hammer, que ganara notoriedad en el doble rol de los gemelos Winklevoss en La red social (2010), y posteriormente protagonizara al amante del jefe del FBI en J. Edgar (2011), fue desperdiciado en El llanero solitario (2013) y El agente de CIPOL (2015). Aquí puede demostrar su rango como actor; no es el muñeco Ken en shorts y bermudas, sino que trasunta un espíritu sensible y bienhechor. 

Chalamet,  aquel niño de la serie Homeland, se revela como un portento; está justamente  nominado para todos los premios de la temporada, coprotagoniza otro de los buenos films del año -Lady Bird- y lo veremos en la próxima de Woody Allen. El film está narrado desde el punto de vista de su personaje –apareciendo en casi todas las escenas- y debe hacer bailar su cuerpo a los sones de las maravillas y miserias del amor, sus elongaciones, sus constricciones, sus destellos, sus fulgores, sus devastaciones. El sostenido primer plano final de su rostro, nos recordó  el de Un verano con Mónica (1953), donde Ingmar Bergman hacía que Harriet Andersson expusiera todas sus vulnerabilidades y fortalezas en una audaz mirada a cámara.


¿Es Llámame por tu nombre un cuento de hadas? En gran parte sí. No hay obstáculos para el desarrollo de la relación entre Elio y Oliver, ni económicos, ni sociales. Quizás vivan una situación de probeta, artificiosamente concebida, cuyo único límite sea el tiempo. Los progenitores del chico acompañan y el padre, en un compasivo monólogo final, deja en claro que la homosexualidad no es nada de lo que avergonzarse, entre otras sorprendentes revelaciones que no vamos a detallar aquí. Oliver será el puente hacia el descubrimiento, la madurez y el afianzamiento de la propia identidad para el más joven, que no sólo se asumirá como orgulloso judío, sino que también podrá comprender que en su caso quizás la orientación sexual no sea una fase pasajera. 

La finura en el tratamiento del material es una cualidad que vuelve a aunar a Ivory y a Guadagnino con Forster. En el universo de Llámame por tu nombre hay delicadeza, cortesía, compasión, sensibilidad y humanidad. Es un verdadero triunfo que los responsables del film hayan logrado conectar y empatizar con una audiencia masiva, más allá de la orientación sexual de cada uno de los que la conformen. Quien más, quien menos, todos hemos (sobre)vivido un primer amor.

5/12/17

120 latidos por minuto




Ganador del premio especial del jurado en el último Festival de Cannes, el film de Robin Campillo relata las experiencias de un grupo de activistas en la Francia de 1995. Se trata de la agrupación ACT UP, de la que el mismo director formara parte, que buscaba caminos alternativos para llamar la atención sobre el VIH, al que la sociedad y los gobiernos de la época solían darle la espalda, la primera por prejuicios, los segundos por desinterés. Otro blanco de la agrupación eran los laboratorios farmacéuticos, que demoraban la producción de los nuevos cocteles virales que constituían la única posibilidad de vida de muchos de los infectados.

El film consta de una primera parte donde las asambleas de la organización derivan en violentos ataques simbólicos: ya sea desde arrojar bombas de sangre –falsa- a dirigentes políticos o en las oficinas de uno de los laboratorios, a las que irrumpen sin anunciarse. También la concientización en los colegios, ingresando a veces sin el permiso de la autoridad docente para informar sobre la necesidad de que los jóvenes utilicen preservativo en sus relaciones sexuales, no compartan agujas hipodérmicas si se drogan y sean conscientes de que no es una enfermedad que sólo ataca a una minoría. 


En la segunda parte, las historias personales de algunos de los miembros se van desarrollando con mayor fluidez. Uno de los fundadores de la agrupación, Sean (potente interpretación de Nahuel Pérez Biscayart) se enamora de Nathan (Arnaud Valois). La relación entre el muchacho infectado por el virus y el que no ha sido tocado por él está tratada con realismo y una gran dosis de compasión y  de lealtad, a  medida que la salud de Sean se va deteriorando. En este sentido, la escena en el hospital, donde Nathan lo masturba, logrando que vuelva a conectar con la vida, es a la vez de una ternura y una emotividad pocas veces plasmada en la pantalla.

El film posee un estilo hiperkinético para narrar las asambleas y las acciones violentas del grupo –única manera de figurar en las portadas de los diarios- y logra cierto lenguaje poético en las variadas escenas donde los muchachos se distienden en las discotecas: las motas de polvo resaltadas por la luz metaforizan el virus y nos recuerdan que todos somos parte de una red en la que su acción pulula y puede trastornarnos la vida de no adoptar los cuidados necesarios. En los años 90 el virus era mortal; hoy día los cocteles se han perfeccionado y la multitud de pastillas que se debían tomar diariamente se han sintetizado en una única de gran tamaño. De no tener problemas secundarios –enfermedades del hígado o baja tolerancia a la medicación- el paciente se negativiza velozmente, subiendo sus defensas y evitando las consecuencias destructivas del virus… pero está obligado a tomarla cada día de su vida, y todavía no hay pruebas certeras de los efectos de su consumo a lo largo de los años.


En este sentido el film se constituye en un acto político, porque llama la atención sobre el tema en los países que –como el nuestro y por diversas circunstancias- no toman al respecto medidas de concientización de la población mediante campañas, que suelen molestar a distintos grupos de poder.

Campillo acude a un lenguaje didáctico que aborda la cuestión desde sus diversas aristas y hace hincapié en la importancia de utilizar el preservativo, entre otras medidas. Guionista de varias de las películas de Laurent Cantent, como El empleo del tiempo, Bienvenidas al paraíso y Entre los muros, Campillo pone el acento en cuestiones sociales de amplio espectro, donde la necesidad de dejar en claro una línea de pensamiento no opaca lo poderoso de la historia narrada. Una de sus películas anteriores como realizador, Eastern Boys (2013), se ocupaba de la prostitución masculina ejercida por muchachos inmigrantes en Francia, dentro de una trama donde el romance y el cuidado del otro se entrelazaban de manera atractiva.



Ese cuidado se nota también en la intención de no irritar al espectador con escenas de sexo entre hombres de alto voltaje ni con la exhibición descarada y oportunista de las consecuencias de la enfermedad sobre el joven cuerpo de las víctimas. Es un film cuya intención es llegar a la mayor cantidad de espectadores, independientemente del colectivo al que pertenezcan.  

Más allá de las acciones agresivas de la agrupación –no hay que olvidarse que sus resultados podían arrojar una diferencia en el combate entre la vida y la muerte en que se debatían muchos de ellos-, sobreviven la ternura y la poesía. En medio de un sueño del protagonista, la sangre, símbolo de vida y de muerte en este contexto, se apodera del cauce del Sena, aludiendo al poder mítico del agua para la renovación y el desarrollo de los ciclos vitales.


Preguntas y respuestas con un actor argentino: Nahuel Pérez Biscayart 


El film se exhibió en el cine Gaumont el miércoles 29 de noviembre en calidad de pre estreno, en la Semana del Festival de Cine de Cannes. Entre los asistentes se podían divisar a celebridades como Ana María Picchio, Mirtha Busnelli y el escritor Alan Pauls. Tanto antes de la proyección como al finalizarla, el presidente de la institución –el más importante de los festivales cinematográficos, bastión del cine de autor, aunque cada vez más permeable a expresiones masivas- Thierry Frémaux, a través de su simpático español tachonado de giros franceses, se refirió al film y presentó a su protagonista, Nahuel Pérez Biscayart, al que recordábamos por sus interpretaciones en Glue, El aura, XXY, y la asombrosa La sangre brota, entre otras. Nahuel viene desarrollando el grueso de su carrera en Francia desde el año 2010.
 Finalizada la película se habilitó una sesión de preguntas y respuestas y Nahuel volvió al escenario del Gaumont, su delgada estampa enfundada en unos sobrios y elegantes pantalón y remera negros. He aquí parte de la transcripción del evento:


Señora: Hay dos momentos para el personaje central: uno en que sabe en que comienza su agonía, en que repara en los sonidos, los colores, y lo corta diciendo que era una broma. Luego, ya hacia el final, dice que no sabe que si lo que sucede es por miedo o por dolor. En esos dos instantes en que se debate el personaje y que para mí son puntuales. ¿Cómo los encaraste como actor?

Nahuel: está buenísima la pregunta. Esos dos momentos que marcás son un poco la síntesis de los dos momentos de la película. En la primera parte, en el subte, el personaje todavía lucha por vivir y tiene todavía esta especie de humor, de cinismo, de distancia con la enfermedad que es muy clara. Aunque igual creo que en esa broma algo de real posiblemente haya. Y la segunda parte es cuando ya tiene un muro, cuando se da cuenta que ya no hay posibilidad de tener distancia con la enfermedad porque ya está llevándoselo. Y tu pregunta era cómo encarnar eso. No sé. Me es imposible de describir. Por eso actuamos. Hubo algo de la escena del subte que es muy colectiva. Que tiene una suerte de mezcla de la irreverencia con la gravedad. De eso nos hablaba mucho Robin, el director. De esa especie de distancia constante y humor que les permitía a estos pibes sobrevivir y estar con vida. Y en la segunda parte de la película me parece que es una especie de despojamiento total, una especie de soltar, de no fabricar nada, a diferencia de la primera parte en que se fabrica la vida extrema, personajes que casi se están representando a sí mismos…


Señora: Luchan contra el tiempo.

Nahuel: Sí, estoy totalmente de acuerdo. En la segunda parte tratamos de despojarnos, de hacer que toda la ausencia de eso vivido cobre peso en la mirada y en la manera mucho más franca. En la segunda parte es la primera vez en que vemos al personaje mostrar su dolor más puro y franco en la agonía. Es difícil, me gustaría poder responderte con más precisión.

Otra señora: a mí me interesaba saber si vos habías tenido, en lo personal, algún contacto cercano con enfermos o con la enfermedad en sí, previo a esta película. Porque para quienes hemos tenido cerca la experiencia de esta enfermedad, es tan logrado tu trabajo, es tan fuerte y conmovedor, que me interesaba saber si habías tenido esa experiencia.

Nahuel: no. Tuvimos un montón de procesos, de preparación, nos documentamos, leí un montón de cosas, vi documentales. Tuvimos acceso a los archivos de televisión de la época, tuvimos un trabajo de preparación muy claro, pero contacto directo con gente que haya estado en esta situación, no. Vi un documental increíble que se llama Silverlake Life: The View From Here, sobre una pareja de seropositivos que se filman mutuamente, a los que la enfermedad se los va llevando. Y ese documental fue para mí la pieza clave de a qué lugar físico te podía llevar, que nunca lo había visto porque la ficción es siempre… no había ningún tipo de comparación. Y cuando vi eso no tuve ninguna necesidad de ver las películas de ficción que se habían hecho sobre el tema, porque me parece que iba a quedar todo como una especie de cotillón barato. Cuando ves ese documental y esa realidad cadavérica decís, ah bien, vamos hacia ahí. Pero eso fue todo. Y luego sí, tuvimos unas charlas muy interesantes con  Philippe Mangeot, el coguionista de la película, que nos hizo una especie de lectura de conferencia a todo el elenco, un día en el anfiteatro cuando ensayábamos, y nos habló en tiempo presente cuál era nuestra situación. Y él es un profesor, muy genio. Y el poder de su palabra nos atravesó a todos. Y a partir de ese día, unos días antes de comenzar el rodaje, todos estuvimos atravesados por una especie de emoción urgente que nos puso en una sintonía muy emocional y de conexión eléctrica entre todos los actores.


Thierry: me sale preguntarte qué sabías de la enfermedad antes de leer el guion, de lo que pasó especialmente en Francia y de la lucha de ACT UP.

Nahuel: no sabía nada. Había visto el triángulo rosa, alguna imagen de archivo, pero no, no sabía nada. Leo el guion y descubro claramente este universo. También yo nací en el 86, crecí con el preservativo en la cabeza desde que tengo memoria. Sí me acordaba de asociaciones, no sé si quizás equivalentes, como la Fundación Huésped, acciones como el preservativo en el Obelisco, pero nunca viví la sexualidad desde un lugar de terror, eso no existió, por suerte. Gracias a  ellos y a otras personas que quizás antes habían hecho el trabajo que el estado y los laboratorios no habían hecho.

Thierry: ¿Elegiste hacer la película por la calidad del guion o por el contenido de la película?
Nahuel: se fue confirmando a medida que trabajamos. Tuvimos un proceso de casting muy largo, en total duró 9 meses. En mi caso me confirmaron bastante temprano. Pero te diría que leí el guion, me reí, lloré, me pasaron cosas como cuando uno lee una buena novela. Me pasaron cosas que generalmente no me pasan cuando leo un guion, y eso es que -si confío en mis reacciones corporales- es porque algo en general pasa. Me dio mucho miedo porque actuar esto era un desafío bastante importante. Y luego cuando conozco a Robin, veo que él estaba atravesado por esto, y me habló durante una hora de otra película que iba a hacer, y yo no entendía para qué nos habíamos juntado porque yo había leído otro guion. Hasta que en un momento me dice ésta es la película que quiero hacer. Y ahí entendí que había algo muy fuerte que se movía en él. Y luego, en el proceso del casting, nunca sentí que estábamos siendo juzgados como actores, se empezó a armar algo del orden del trabajo, de la intimidad, algo que empezó a circular muy rápido con él. Y es de una generosidad, de una precisión en lo que nos quería transmitir que fue, te diría, casi un proceso inverso, de deconstrucción y empezar a absorber esto que venía de Roman, de Hugues Charbonneau, el productor, que también estuvo en ACT UP, ambos fueron militantes de ACT UP, un detalle que quizás muchos no sabían. Hugues estuvo acá, muchas escenas que vemos en la película él las vivió, el coguionista también. Fue como si hubiéramos canalizado cosas de manera medio inconsciente, porque cuando nos encontramos con gente de la época nos ven como una especie de médiums de algo que nosotros vivimos de manera mucho más libre e impune, sin tanta carga política y emocional. Y también ha sido como dos generaciones que se encontraron, de alguna manera. Robin nos pudo dar todo esto para que hiciéramos lo que quisimos, no un trabajo de imitación, de trabajar la época. Es como que él nos lo dio y confió en nuestra digestión, digamos.


Señor: quería en principio felicitarte y al festival por darle este lugar al film. Además quiero contarles que el Hospital Muñiz tiene faltante de medicación en este momento. Es la tercera vez que pasa en este año en Argentina, en Buenos Aires. Eso, en esa época, en Argentina, se lo llamaba terrorismo sanitario por parte del estado nacional. El Ministerio de Salud me dijo hoy que quizás la semana que viene haya medicamentos. Quizás la semana que viene. Eso.

Ana María Picchio: buenas noches. Nosotros hicimos con Darín en los años noventa y pico la primera obra de teatro (Algo en común) acerca del SIDA. Era la historia de mi marido que se había muerto y, cuando se separó de mí, se fue con Darín, que era el otro personaje. Yo llegaba a esa casa donde ellos habían vivido juntos con Cabré (Nicolás), que era mi hijo, que era chiquito, a pedirle el departamento, a pedirle el piso. Entonces él me contaba lo que había sido cuidar a mi marido. La obra la dirigía (Emilio) Alfaro. Trabajamos mucho mucho tiempo. Era pleno momento del SIDA. Donde la gente se moría. Mi marido me lo había contagiado a mí. Yo tenía SIDA. La pareja de él, o sea Darín, no. Y yo decía por qué yo sí y vos no. Y él decía porque nosotros nos cuidábamos, aprendimos a cuidarnos. Yo te juro que esta noche me he dado cuenta de lo que no me había dado cuenta durante la obra. Lo que deben haber pasado estos dos muchachos. Pude recrear a través de toda la película y de tu trabajo y el de tu compañero, el sufrimiento. Tengo Reliveran adentro de la cartera y tuve que tomar porque me estaba descomponiendo. O sea que fue muy fuerte la película, muy importante, para nosotros los de esa época. Y siento orgullo porque te conocí de potrillo, de que hayas hecho este papel en esta película, con este director y con estos actores, y que estés al lado de Thierry y que hayas estado en Cannes. Verdaderamente es un orgullo como argentina y como compañera.

Nahuel: Gracias.

Señor: Les quería contar que en la sala de arriba tenemos una película, El puto inolvidable. Es la historia de Carlos Jauregui. Carlos trajo su militancia de haber estado en París y ver esta lucha. Eso, una invitación para ver muchos puntos de contacto. El tema de compartir la muerte del compañero.


Thierry: Gracias. Si no hay otra pregunta yo quería agregar que es una película de Historia, no sólo de lo ocurrido hace 20 años, sino también del presente, porque es una película que enseña. Creo que Jean Paul Sartre dijo tenemos siempre razón de protestar. Y esta película dice eso, que de cualquier manera que se hace, hay que hacerlo. Y ahora que sabemos lo que resultó y lo que pasó, es una película de justicia también, por todos los chicos y chicas que hicieron cosas que, aún en este momento, aún en Francia, para la gente parecían agresivas. Pero la situación era tan grave… y ahora también. Quizás no en Francia, pero afuera, en Africa… 

Nahuel: sí, es muy fuerte cómo en Francia, la gente adulta que vivió esta época venía a hablarnos con mucha culpa o para expresar cuán necesaria era la película, como si hubiera sido todo este tabú o esta bola de indiferencia, de clandestinidad, todo lo no hablado de esa época, de golpe, poder verlo en pantalla, hay una especie de catarsis colectiva muy fuerte. Creo que eso es también lo que hizo que la película funcione tanto. Porque es una película sin figuras conocidas, no hay nada que pueda atraer a un gran público, y sin embargo lo hizo. Después nos escriben las chicas de 14, 15 años a las que les encantan las escenas de sexo entre hombres, como que rompe tabúes la película en un montón de lugares.


Thierry: Y desde el punto de vista de la historia del cine es una cosa rara en una película del SIDA. Son buenas películas. La película de Jonathan Demme, Filadelfia. La película de Roger Spottiswoode, Y la banda siguió tocando. Pero acá hay algo de dignidad, algo de colectivo, como una responsabilidad colectiva, al frente de la Historia y al frente de todos los que han muerto.

Nahuel: Y es verdad que en Europa no había habido muchas películas sobre el tema. Y esta tiene mucho peso por esto, porque la mayoría provenían de Estados Unidos.

Thierry: Sí, sí. Quiero agradecer a Nahuel… (Aplausos)

Nahuel: muchas gracias. Antes de despedirme quiero brindar mi apoyo a la familia del mapuche muerto, que se llama Nahuel como yo. (Aplausos)

1/12/17

Good time/Beach Rats




Dos hermanos cometen un robo. En la fuga posterior, uno de ellos –que padece de un cierto retraso mental- es detenido por la policía. El que ha quedado en libertad, hará lo imposible a lo largo de una noche para reunir el dinero necesario que permita pagar la fianza y conseguir que un juez le otorgue la excarcelación.

Good time lleva la firma de los hermanos  Benny Safdie y Josh Safdie, con el primero de ellos interpretando al muchacho capturado. El otro lleva la máscara de Robert Pattinson, el otrora galán de la saga Crepúsculo, devenido en gran actor tras su participación en este film. Su fuerte presencia, el aire alucinado de sus ojos, la ansiedad fuera de foco que trasunta, su capacidad de improvisación, nos recordaron al joven Al Pacino, el de Pánico en el parque (1971)  y Tarde de perros (1975).

Connie, tal el nombre del personaje, es un manipulador que crea libretos ante cada persona con la que se encuentra con tal de obtener sus fines. En ese sentido, la participación de Jennifer Jason Leigh –siempre contundente- como su novia madura, una mujer inestable emocionalmente muy dependiente de la tarjeta de crédito de su madre, funciona como ejemplo. Ducho en el arte de persuadir, Connie comete abusos inenarrables con personajes de color; uno llega a sospechar que le encanta lastimar a los vulnerables, sea una abuela, una joven muchacha de color o a su propio hermano.  

Film de género, la diferencia con tantos otros policiales radica en la realización, que dota el relato de un ritmo febril a través del montaje, con encuadres de planos muy cercanos que impiden ver el contexto, creando una sensación de asfixia en el espectador. Una Nueva York con muchas luces de neón y colores flúo, y una música electrónica reminiscente de las bandas de sonido de mucha película de los años 80, son también protagonistas.

Por su parte, Beach Rats sigue la deriva de Frankie (Harris Dickinson), un muchacho de unos 18 años que gusta de pasar el tiempo con sus amigos de un vecindario pobre de Brooklyn, entre drogas, caminatas por la playa y fumatas conjuntas. El conflicto se desata cuando, por presiones sociales, el joven debe ocultar que se siente atraído por hombres maduros, a los que contacta a través de chats, y con los que se encuentra por las noches.

Una especie de Belle de Jour, Frankie de día parrandea con sus compinches heterosexuales y hasta simular sentirse atraído por una muchacha, a la que utiliza como pantalla, confundiéndose y desconcertándola con algunas de sus actitudes. El drama estalla cuando busca reunir los  aspectos de su vida disociada, empalmando la búsqueda de drogas de sus amigos con su propio deseo. 

El film no juzga ni condena. A la manera de un documental, nos muestra las costumbres de estos muchachos de un sector socioeconómico bajo para los que el futuro es una línea plana, el contexto familiar –Frankie vive con su madre y hermanita, su padre languideciendo por un cáncer-  y el caldo de cultivo de la homofobia que impide que el muchacho se libere de sus constricciones y viva de acuerdo a lo que siente. El temor al rechazo de sus familiares y, por encima de todo, de sus amigos, lo lleva a escenificar un tinglado donde el chivo expiatorio será aquel que se permite exhibir lo que él no puede.




La directora Eliza Hittman no persigue el sentimentalismo, sí el trazado de caminos y conductas. Explora los cuerpos de estos jóvenes con delectación pero, al mismo tiempo, distancia. Y consigue un retrato sombrío de lo que sucede cuando la homofobia se ha apoderado del propio ADN.